lunes, 4 de mayo de 2009
La primera palabra
Al leer el artículo de Mª. V. Escandell he recordado una anécdota que se relata en la novela de Vila-Matas, Doctor Pasavento: a medida que avanzaba en la lectura, entendía mejor lo curioso de dicha historia. Creo que resulta interesante reproducir aquí ese pasaje y explicarlo a la luz del artículo:
… llegando aún al año de vida, me llevaron a casa de mi abuelo paterno para que le diera una alegría antes de morir. Mi abuelo se hallaba débil, pero sonriente en su lecho de muerte. Le saludé y, al parecer, superé lo que se esperaba de mí, pues pronuncié la primera palaba de mi vida, dije “Adiós”. Y mi abuela quedó conmovida. Y yo ya no volví a ver al abuelo. A los pocos días, él murió, desapareció para siempre.
Esta breve historia conmueve al lector tanto como a la abuela del narrador por un motivo muy claro: la intervención del bebé se interpreta como un acto comunicativo normal, de manera que se considera que el emisor tiene una determinada “intención”, la de despedirse de su abuelo, que está en el lecho de muerte. Pero el niño, claro está, no tiene esa intención; no tiene intención alguna, puesto que para él no es más que la primera palabra pronunciada con éxito, y desconoce todos los elementos de la situación extralingüística en la que se encuentra: así, no sabe que su destinatario es alguien que está a punto de morir, y por tanto esa palabra, “adiós”, dirigida a esa persona, se interpreta como una despedida definitiva; desconoce la situación, esto es, que ha sido llevado a ver a su abuelo agónico; y, con toda probabilidad, no sabe que la primera palabra que ha pronunciado en su vida es precisamente eso, una palabra de despedida. Ahora bien, la abuela sitúa esa palabra, pronunciada por el bebé con toda inocencia, en las coordenadas del acto comunicativo verbal en que se produce y no puede menos que sorprenderse. Esta anécdota subraya, por tanto, la importancia de la intencionalidad en la comunicación humana, tan certeramente señalada por la autora del artículo leído.
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